El Centro Etnoeducativo Walirumana, en La Guajira, obtuvo El Premio Nacional de Arquitectura Colombiana 2022, el más importante del país. Su autor es el arquitecto Juan Salamanca Balen, de la firma Salba Estudio.
Fotografías: Juan Salamanca, cortesía Sociedad Colombiana de Arquitectos
El Centro Etnoeducativo Walirumana se encuentra en una de las regiones más bellas y, a la vez, con mayores necesidades de Colombia. El departamento de La Guajira tiene altos índices de pobreza y desnutrición, así como una alarmante escasez de agua potable. El proyecto ganador del Premio Nacional de Arquitectura se sitúa en la ranchería Walirumana, a 20 km al norte de Uribia, un municipio en el norte del departamento. La mayoría de su población pertenece a la etnia indígena wayuu.
El autor del proyecto es el arquitecto Juan Salamanca Balen, egresado de la Universidad de los Andes en 2016, quien, además, es fotógrafo. El promotor fue la Fundación Proyecto Guajira. Sobre la obra, que alcanzó el mayor reconocimiento en la XXVIII Bienal Colombiana de Arquitectura y Urbanismo, que concluyó recientemente en Bucaramanga, explica:
“Nuestro punto de partida en el proceso de diseño fue la propia humanidad, la etnia y el entorno que habitan. Muchos de los elementos presentes en la memoria colectiva wayuu se materializan en el edificio, principalmente, la sabiduría de un pueblo que se refleja en la tierra, además de ser una muestra de riqueza y poder, es el lugar donde descansan los antepasados y, por ende, gran parte de su memoria”.
Centro Etnoeducativo Walirumana, fiel a su entorno
Como ocurre con la arquitectura local, la obra empleó la tierra como componente principal, pero de una manera diferente: comprimida en bloques. Además, el diseño tuvo en cuenta varios referentes del entorno geográfico y natural, así como de la cultura indígena.
“La cubierta en plegadura hace referencia a las montañas que se alzan en medio del desierto y son de gran importancia, no solo por ser referentes en medio del paisaje, también por su connotación en la cosmología wayuu. La textura generada por la guadua en los muros del salón principal es una reinterpretación del patrón que es visible en las construcciones locales cuando el paso del tiempo ha revelado el esqueleto interno del bahareque. Es un técnica usada en gran parte de las construcciones”, explica el arquitecto.
Además, hubo otros aspectos importantes que guiaron el diseño del proyecto. Por ejemplo, la escuela se orientó de manera que la luz del sol no entra directamente a los puestos de trabajo. A su vez, los muros divisorios de guadua producen un calado que filtra el viento intenso que corre durante varios meses con el propósito de generar confort térmico. También, en ese sentido, los bloques de tierra comprimida o BTC expulsan gradualmente el frío que recogen el anoche. Funcionan como catalizadores de la temperatura interna.
Espacios multiusos
La flexibilidad de los espacios es una de las principales virtudes del Centro Etnoeducativo Walirumana. Hay que resaltar que cada uno de ellos se concibió con el propósito recibir un público variado, de distintas edades y géneros, en diversos horarios.
“La escuela está conformada por un salón para 50 estudiantes y un aula auxiliar con capacidad para 12 que sirve también como biblioteca. Por otro lado, cuando los módulos centrales se abren completamente, este espacio principal se vincula a la cocina y al bebedero generando un comedor. En estas dos circunstancias, las ventanas de color caen de los muros de guadua y se convierten en los pupitres para los estudiantes o en mesas para comer. Finalmente, cuando estas mesas se guardan y el módulo de la cocina se cierra, se genera un espacio abierto bajo sombra donde los artesanos puedan ir a practicar su oficio”, detalla Salamanca.
El concepto del jurado
El jurado de la XXVIII Bienal Colombiana de Arquitectura y Urbanismo, evento que este año celebró sesenta años, dijo sobre el Centro Etnoeducativo Walirumana:
“(…) su principal característica y, asimismo, mayor atributo, es la integralidad compleja que alcanza en su esencialidad y acotada sencillez. Dicha integralidad, total y multiescalar, puesto que resuelve aspectos que van desde la implantación y el programa, hasta el detalle de los vanos, ventanas y cerramientos, se basa en un proceso de investigación de contexto, que abarca lo sociocultural, lo tecnológico y lo ambiental. Involucra lo social, con un enfoque participativo, que incluye a la comunidad en lo constructivo, garantizando procesos de apropiación, y gran sentido de pertenencia”.
Arquitectura con conciencia social
Es invitable darse cuenta de que la decisión del jurado de otorgarle el reconocimiento más importante de la arquitectura colombiana a esta obra en La Guajira, que sobresale por su compromiso y conciencia social, está en consonancia con la que tomó este año el jurado del Premio Pritzker. Recordemos que el mayor reconocimiento de la arquitectura internacional en 2022 cayó en manos del arquitecto arquitecto africano Diébédo Francis Kéré, nacido en Burkina Faso.
Como consta en el sitio web del Pritzker, Francis Kéré “(…) a través de su compromiso con la justicia social y el uso inteligente de materiales locales para conectarse y responder al clima natural, trabaja en países marginados cargados de limitaciones y adversidades, donde la arquitectura y la infraestructura están ausentes. Construyendo instituciones escolares contemporáneas, instalaciones de salud, viviendas profesionales, edificios cívicos y espacios públicos, muchas veces en tierras donde los recursos son frágiles y el compañerismo es vital, la expresión de sus obras supera el valor de un edificio en sí mismo”.
Sin duda, ese mismo interés de Diébédo Francis Kéré en poner a la arquitectura al servicio de regiones donde habitan comunidades con muchas limitaciones, se evidencia en el Centro Etnoeducativo Walirumana, Premio Nacional de Arquitectura Colombiana 2022.
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