La artista y diseñadora de interiores Catalina Velásquez adquirió un viejo apartamento en el norte de Bogotá para transformarlo en su nuevo hogar. Creatividad, arduo trabajo y buen gusto se traducen en una vivienda cálida y funcional, con un sentido estético original, que refleja su personalidad. Un gran ejemplo de renovación.
(Imagen superior: mesa de comedor, diseño de Velásquez, con viejas sillas peladas y retapizadas con lona. Chandelier traído de Londres y tapete de Lav. Las puertas metálicas con vidrios biselados dan acceso a la cocina. Fotografía: cortesía)
Luego de buscarlo durante varios meses, la artista plástica dedicada al diseño interior Catalina Velásquez encontró un apartamento ubicado en los cerros nororientales de Bogotá que había sido construido hace más de treinta años. A pesar del mal estado en el que se encontraba y de la distribución compartimentada característica de las construcciones capitalinas antiguas, Velásquez reconoció el gran potencial que tenía para remodelarlo.

En el hall de entrada, muro con cuadro de Juan Carlos Delgado. Se aprecia la sala con vista al jardín. El tapete azul fue traído de Marrakech. Fotografía: cortesía.
La generosa área construida y la terraza jardín que lo rodea —cada una de ellas de 200 m2—, así como la ubicación en un primer piso, también fueron determinantes a la hora de adquirirlo. “Al entrar a un espacio puedo visualizar cómo transformarlo. Me gustan los pequeños para convertirlos en grandes”, dice Velásquez.
Con ese propósito, modificó la mayoría de los ambientes buscando siempre que cada uno tuviera un uso práctico, pues su idea es “vivir toda la casa sin sufrir por los objetos”. Eliminó los muros divisorios de la sala, el comedor y la biblioteca, lo que produjo un gran espacio abierto en el área social.

El mueble de la biblioteca es diseño de Velásquez, quien también renovó la chimenea: le instaló gas, la enchapó con ladrillo y la pintó de blanco. Silla art déco sin brazos, retapizada con terciopelo azul. El kilim es de Farshad Rugs. Fotografía: cortesía.
En el comedor también tumbó la pared que daba a la terraza y la reemplazó por un gran ventanal con puerta corrediza para poder acceder al exterior y llenar el espacio de luz natural y amplitud visual. La cocina, visible desde el hall de entrada, era rectangular y la volvió cuadrada; al reducirla ganó espacio para diseñar un baño social.
También intervino el área privada. Dividió el amplio baño que compartían dos dormitorios para que cada uno tuviera el suyo. También movió el muro del cuarto de servicio y con el nuevo espacio creó un pequeño estar de televisión. De igual manera, redistribuyó el baño principal y el vestidor y les creó una ventana.

En la cocina, pared con enchape ‘Subway Tile’, piso de cerámica con apariencia de madera dispuesto en espina de pescado, de Corona; muebles con acabado de poliuretano y mesón de silestone, imitación mármol de Carrara. En el centro, mesa de carpintería de madera reciclada y bancas de Tugó. Fotografía: cortesía.
Un trabajo minucioso
Durante la obra también aprovechó para cambiar el sistema hidráulico, el cableado eléctrico e instaló calefacción con caldera. El piso fue uno de los rubros que cobró mayor importancia en la remodelación pues escogió uno de madera natural traído de Holanda, trabajado a mano y sellado con aceite.
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El espaldar de la cama del dormitorio principal es una creación de Velásquez. La mesa roja china es de Kambora, la otra, heredada, es hindú y se pintó de blanco. La lencería es de Falabella; la alfombra, de Alfa. Sobresale el color taupe de la pared. Fotografía: cortesía.